Buscar este blog

Cuando Beethoven enfermó

 Texto de Abelardo Giraldo López 

Recuerdo que eran las tres de la tarde, cuando fui a ver al gran profesor Argemiro, habitaba una vieja casona ubicada en el barrio El Porvenir, subí unas gradas que daban a un segundo piso, una desvencijada puerta de herrumbrosa chapa, se encontraba cerrada y toqué, ¡Profesor Argemiro! exclamé. pase, hombre pase, gritó alguien desde adentro. Abrí la puerta y entré. Beethoven estaba en la cama. Flotaba en el aire un olor a vómito, vino, orines, mierda y alimentos podridos. Sentí náuseas, corrí al cuarto de baño, vomité, luego salí.

Profesor Beethoven, ¿por qué no abre una ventana?

Buena idea, contestó.

Estaba impedido, tras un gran esfuerzo, logró incorporarse en la cama y tomó asiento en una silla de al lado.

Ahora listo para una buena charla dijo, es lo que estaba esperando.

Junto al asiento había una mesa con un galón de tinto, lleno de colillas de cigarrillo y polillas muertas, aparté la vista, luego miré otra vez, tenía la jarra en la boca, pero la mayor parte del café se le derramaba por la camisa y los pantalones. Descargó la jarra y dijo; esto es, exactamente lo que necesitaba.

Debía utilizar un vaso, dije, es más cómodo.

Sí, creo que tiene razón.

Miró a su alrededor, había unos cuantos vasos sucios y me pregunté cuál escogería. Levantó el que le quedaba más cerca. El fondo del vaso estaba cubierto por una sustancia amarillenta endurecida, parecían restos de pollo con fideos, sirvió más café, vació el vaso y lo dejó.

Veo que ha traído una libreta, supongo que deseará tomar algunas notas.

Sí, dije.

Me acerqué a la ventana, la abrí y respiré aire fresco. Llevaba días lloviendo y el aire era limpio y suave.

----Oiga--- dijo. Hace horas tengo ganas de mear, tráigame una botella vacía por favor.

Había varias botellas vacías, le acerqué una, el pantalón no tenía cremallera sino botones y solo tenía abrochado el de más abajo. Hurgó en la bragueta, se sacó el pájaro y puso el capullo en la boca de la botella. En cuanto empezó a orinar, su órgano se tensó y empezó a cabecear, esparciendo la orina por todas partes, por la camisa, los pantalones y la cara, increíblemente el último chorro le dio exactamente en la oreja izquierda.

Es una mierda esto de no poder valerse, dijo.

Como fue, pregunté.

¿Cómo fue, qué?  replicó.

Cómo fue que quedó impedido, le dije.

Me caí, después de una madrugada sabatina, me desbordé bajo el embrujo etílico de los tragos, contestó.

Beethoven, Usted que se las sabe todas, cuénteme en qué se parece nuestro pueblo de Sevilla con la hermosa ciudad española, Sevilla España.

Tienen cierto parecido, ambas ciudades las cruza el agua, a Sevilla Valle, la quebrada San José y a Sevilla España, la atraviesa la quebrada del Guadalquivir, aunque la comparación de estos dos afluentes, resulte incomparable. 

Desde Sevilla España zarpó Magallanes a darle la vuelta al mundo, dijo él.

Mi padre me contaba que en gobiernos pasados Sevilla España consideró a nuestra querida tierra natal como una ciudad hermana. ¿Qué sabe  sobre eso?, le solicité.

----Es cierto----, en Sevilla España fundaron por el año de 1924, la real Orquesta Sinfónica de Sevilla, su organizador fue un ilustre Señor, llamado Manuel De Falla, con un  espectacular género que era la música clásica y en reuniones posteriores de los administradores de esa urbe fundada por los musulmanes, consideraron incluir a su homónima ciudad de Sevilla Valle, como una ciudad hermana, fue cuando acordaron regalarle una Banda Municipal, la cual posteriormente unos irresponsables concejales en compañía de un corrupto alcalde del cual no recuerdo su nombre, se la vendieron a la ciudad de Cartago.

Vámonos de aquí, necesito un bar. Llevo demasiado tiempo en esta maldita habitación, necesito salir.

Pero es que está lloviendo. Hace una semana que no hace más que llover, las calles están inundadas, le contesté.

Eso a mí no me importa. Quiero salir.

Ayudé a Beethoven a enfundarse un viejo vestido gris, al que le faltaban 2 botones y los bolsillos del saco ensanchados como si guardara piedras en ellos, estaba tieso del mugre y muy pesado, luego le pasé el bastón y bajamos cuidadosamente las gradas.

Beethoven llevaba un frasco de aguardiente, a medio consumir en el bolsillo del saco, luego al tratar de darle la mano, para ayudarlo a pasar, me dijo que podía cruzar la calle solo.

Lo llevé a un sitio muy conocido de la calle La Pista, llamado El Farol Rojo y allí le compré  media de aguardiente, me tomé un trago y le dije que me tenía que ir para atender otros menesteres.

Váyase y déjeme, me dijo airoso y contento, no se moleste, se lo digo en serio, quiero disfrutar en la grata compañía de una absoluta soledad, por el resto de este día y gracias por considerarme su amigo.

Me despedí y me fui pensando en las palabras de Jacinto Benavente, “el orgullo y el lujo que aparentamos, no son más que artificios de la vanidad, que usamos para ocultar las miserias del alma”.

Esto lo escribo en memoria a nuestro apreciado profesor, Argemiro Quintero, a quien cariñosamente denominábamos como “Beethoven” y a pesar de ser un satírico historiador, disfrutaba siendo un excelente profesor de música.

Abelardo Giraldo. 

03/28/2.022.