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El pesimismo en la filosofía

Texto de Abelardo Giraldo López. 

El filósofo brasilero Carlos Javier González, presidente de la sociedad de estudios sobre Schopenhauer, profesor de filosofía. Especialista en la obra de Emile Cioran, autor del libro “una filosofía de la resistencia (2024)” en donde registra grandes planteamientos sobre los filósofos alemanes Arthur Schopenhauer, Philipp Mailander y el rumano Emile Cioran, he considerado de gran importancia citarlos.

Teniendo en cuenta las apreciaciones de Schopenhauer, el filósofo prescinde de la prohibición de lo obsceno y en cambio subraya, que aspectos como el dolor físico, pulsiones irracionales como el hambre o el deseo sexual y estados como la insatisfacción, el aburrimiento, penetran el lado menos elegante de la naturaleza humana. Su ámbito filosófico cubre un campo para definir lo irracional, lo pulsional, lo sin sentido, lo contradictorio, lo absurdo y lo malo. La filosofía de Schopenhauer es inmanente no trascendente, todo queda incluido en el mundo que vemos y experimentamos, no hay un más allá, ni una vida ultraterrena, todo está ya aquí, solo hay que aprender a percibirlo a través del incesante cambio aparente del surgir y del desaparecer de todo.

En su obra “Parerga y Paralipómena”, que en griego significa “Fragmentos y añadidos, escrita en 1851 con un subtítulo que impresionaba al lector, “Reflexiones dispersas e inconexas” contenía, historia de la filosofía, críticas a la universidad, valoraciones literarias, reflexiones sobre la religión y la inmortalidad, el sexo y muchos asuntos más, allí nos exponía que el resultado de conocer el mundo es triste y aflige, pero el estado de conocimiento, la adquisición de un saber profundo, el acceso a la verdad, son sumamente placenteros y aunque nos parezca extraño, añaden una parte de dulzura a nuestra amargura.

A las religiones las llamaba “metafísica popular” y que la ciencia no es más que una construcción artificial, un modelo o una interpretación, no una puerta de acceso a la realidad, a la vida.

Opinaba que la conciencia estaba en el cerebro que es parte del cuerpo y no podría existir fuera de él, cuando el cuerpo perece la conciencia individual desaparece por lo tanto la razón como función cerebral responde a necesidades biológicas físicas.

No percibía en este mundo, motivos para ser optimista como los panteístas, le parecía inmoral creer que este mundo sufriente es bueno. El mundo está mucho más cerca de lo pésimo, de lo que, de ser peor, no podría ya existir, por eso es más moral ser pesimista que optimista. Hay en el mundo demasiado sufrimiento, demasiada rivalidad, demasiada maldad.

En el hombre la vida que ha sido solo instintiva e inconsciente adquiere conocimiento como función fisiológica a través de un órgano físico “el cerebro”. Por eso yo os diría como un alumno de la Universidad de Berlín le dijera al filósofo, “hay de vosotros los que entráis a los laberintos de la filosofía schoppenhauariana, abandonad toda esperanza”.

Encontré que Cioran se acerca más a los llamados pesimistas filósofos, aunque fue Schopenhauer quien inauguró lo que podríamos llamar “el pesimismo moderno”.

Para Cioran es un resultado metafórico, la observación del mundo, la realidad es un jeroglífico que hay que descifrar y cuya clave interpretativa es la voluntad, esa que hace de nosotros seres escindidos entre el entendimiento y la inteligencia cuyo correlato físico es el cerebro y el deseo, pero lo relevante de Schopenhauer, es su posición netamente metafísica que nos lleva abismos de todo tipo. Sitúa la negación de la voluntad como la acción más digna que puede llevar a cabo un ser humano.

Philipp Mailander, discípulo crítico y radical de Schopenhauer, mantenía este ahínco metafísico, pero a diferencia del maestro, expresaba que la voluntad es una e indivisible, que cada uno de los individuos, es parte de una unidad primigenia (Dios) que en su primer momento decidió darse muerte a sí mismo para constituir así la vida del mundo, por lo tanto todo conduce a una desaparición que ya está predeterminada desde el inicio de los tiempos, somos fragmentos de una sustancia primordial y, como parte de su proceso de descomposición, también nosotros estamos encaminados hacia la nada.

En su sistema el suicidio queda así justificado, a diferencia de Schopenhauer, quien defendió que el suicidio supone una rendición, ante las garras de la voluntad que nos espolea continuamente.

Al contrario, Mailander dice que el suicidio es una suerte de lucidez que no se deberá condenar, quien comete suicidio es porque ha llegado a comprender el natural desenvolvimiento del mundo.

Mailander, se dio muerte a sí mismo tras recibir los primeros ejemplares de su obra magna, “la filosofía de la redención” a los 34 años de edad, en 1876. Fue considerado un gran pesimista filosófico que asignó un valor negativo a la vida o a la existencia misma.

En Cioran, a pesar de la existencia místico-religiosa, “que siempre tuvo presencia en su vida y en su obra” no existe este anhelo metafísico ni mucho menos sistemático, cualquier biógrafo ve en él, un continuo fluir que no deja supeditarlo a la rigidez de un sistema.

El pesimismo de Cioran no esconde un pensamiento metafísico, sino que tiene que ver con las vivencias cotidianas sumidas en el absurdo y se asemeja mucho al pensamiento de Albert Camus. Nada de lo que existe tiene una razón por lo que es, salvo la de estar en el mundo, es decir, su pura factibilidad, por tanto, estamos sujetos a un azar imposible de sortear y la vida en su carnalidad, que nos expone a un tránsito del que no podemos dar razón.

En Cioran suele decirse que este sometimiento a lo azaroso se convierte en un humanismo radical, al darnos cuenta de nuestro propio sufrimiento, lo suponemos en los demás e intentamos mitigarlo para no hacer de este mundo un valle de lágrimas. Al menos para no acrecentar el dolor y el sufrimiento.

Frente al absurdo que Albert Camus presenta en “el mito de Sísifo”, que nos enfrenta al abismo de nuestra libertad y que se supera a través de la acción comprometida (con el mundo, con el otro, con la sociedad y mediante el empeño por alcanzar la justicia).

En Cioran, al contrario, todo está perdido desde el principio para quien conoce la dinámica del mundo.

Aquí reside la valentía de su pensamiento, su heroica propuesta como filósofo del absurdo, que lejos de dar un no a la vida, le planta cara, con todos sus miedos, pesadumbres, incertidumbres y pesares, en parte con humor y en otra con un ácido sarcasmo, decide afirmar la vida hasta sus últimas consecuencias. Surge aquí lo que Cioran llama, “el método de la agonía”.

Se puede vivir de muchas formas, pero, para vivir humana y plenamente sólo existe un camino, asumiendo el sentimiento de lo irreparable, de lo irremediable que acompaña siempre a la conciencia despierta.

Por tanto, la filosofía de Cioran, encierra un rotundo sí a la vida, a pesar de todo, él escribió, “vivir es tan solo, no pedir ni esperar nada más, de la vida”.

Los grandes solitarios no se retiraban para prepararse a la vida, sino para soportar interiorizados y resignados, la liquidación de la misma. Al fin y al cabo, pisar el abismo puede permitir precisamente, tener un suelo para pisar.

Cuando todo está perdido, no hay nada que perder ni que ganar, la vida se conquista en su radical asunción.

Este es el legado de Cioran, pues llama a una lucidez que no atemoriza, sino que calma, nos hace reposar en la certeza de que, en esta vida, nada se resuelve, ¿necesitase acaso, otra certidumbre?

Es conveniente tener en cuenta que nuestros deseos no se avienen a la realidad, sin reflexionar sobre el mal, sobre el sufrimiento, sobre los males de nuestro tiempo y nos resulta imposible cambiar las cosas.

Al contrario, todo optimismo tiende a dejar todo en su sitio, es un mecanismo del pensamiento que nos hace estáticos, que nos deja inermes y llegamos a la conclusión mentirosa, “todo es tan bueno como puede ser”.

El pesimismo y su ejercicio puede llegar a ser revolucionario, nos hace ver que va mal y analiza, qué puede cambiarse.

El pesimismo nos invita permanentemente a pensar y sobre todo a pensarnos.

De hecho, si echamos un vistazo a la historia de las ideas, en el pesimismo rastrearemos la raíz del pensamiento e incluso de la filosofía.

El pesimismo es una auténtica revolución, la felicidad con la que intenta endulzar nuestras emociones y aplacar nuestra potencia individual y comunitaria para cambiar las cosas.

Hasta bien entrado el siglo XVIII, bajo el dominio del pensamiento teológico occidental, se pensaba que el mundo era como debía ser, “Si Dios es bueno, ¿puede querer nuestro mal?”, sin embargo, el mal existe”.

El pesimismo cuestiona qué, desde Voltaire, en su novela “Cándido”, todo era un trino divino, no por esperar que todo vaya a salir bien, crearemos un mundo mejor, todo lo contrario.

El pesimismo, no lleva a la rebelión, pero si, a la revolución intelectual, vivimos invadidos por un meloso y muy peligroso imperativo de felicidad, rodeados de libros de autoayuda, que nos hacen creer que hemos nacido para ser felices.

Están creando seres humanos muy poco humanos, poco preparados para sufrir, se está patologizando todo lo que tiene que ver con el dolor y el sufrimiento, cuando la insoslayable realidad es que todos sufrimos pérdidas. Rompemos con nuestra pareja, tenemos crisis con los amigos o en el trabajo, sin embargo, nos están conduciendo hacia una sociedad medicalizada, torturada, porque no sabe que, en el meollo de la existencia, también se encuentra el sufrimiento.

El pesimista no dice que tenemos que sufrir, sino que debemos estar preparados para sufrir.

En este sentido el pesimista es un revolucionario, no quiere dejar el mundo como es, pero tampoco crea falsas expectativas, nos sitúa en él, como privilegiados y muy realistas espectadores. “una filosofía de la resistencia”.

Otros consideran que el optimismo es una actitud natural en todos los seres humanos, es imposible vivir en un horizonte sin sentido, sin un mañana al que proyectarnos, inevitablemente tenemos que pensar que mañana sobreviviremos, que seguiremos en disposición de intervenir en nuestros asuntos y que estará en nuestras manos determinar las condiciones en que nuestra vida se desarrollará.

A lo largo de nuestra vida las condiciones se nos ponen en contra por multitud de ocasiones y pensar que todo acabará por ir bien, pero, puede desembocar en frustraciones y situaciones psicológicas como la ansiedad, la obsesión, la paranoia o la psicosis.

“El optimismo nos ha acostumbrado desde las instancias políticas a vivir en la precariedad o en la crisis permanente y constante”.

Es cuando empezamos a reflexionar, porqué deberíamos estar obligados a pensar de manera optimista sobre nuestra vida.

Optimismo y felicidad no son sinónimos, el pensamiento mágico, “Si crees sucederá”, esconde una tiranía sicológico emocional, sobre todo para la clase trabajadora.

Cioran, siempre imprime valor frente al sinsentido, es una razón para vivir, escribió, “El pesimismo es humanista, porque lejos de vender humo felicitoide, nos expone, que este es el escenario natural en el que transcurre la vida.

Cioran nos enseña que el pesimismo es lo contrario del conservadurismo, no es reaccionario.

“Los fracasos de la vida son de una fecundidad impresionante, estos no destruyen sino a aquellos seres faltos de consistencia que no viven intensamente, que no pueden renacer”.

El pesimismo no quiere que las cosas vayan mal, se considera que, muy seguramente nunca irán mejor, por eso, quizá sea preferible tender la mano al otro, en vez de resguardarnos en estupidizantes utopías felicifoides.

Un sabio pesimismo nos invita a encarar el mundo, sin esquivar ninguna de sus aristas por oscuras e inciertas que puedan resultarnos.

Es donde nace la necesidad de un verdadero humanismo.

Abelardo Giraldo López.

08/03/2024.