Del que se cree
soberano porque engaña siempre, es deber del ciudadano, fustigar sus atributos,
debilitar sus dogmas e increpar sus creencias.
La vulnerabilidad de la
razón, engendra desvaríos y nos lleva a creer en supersticiones.
Estas eran las
consideraciones de un eminente filósofo romano llamado Luciano De Samosata, del
siglo II.
El 16 de agosto de
2019, el diario El Espectador, publicó una sátira escrita por Eduardo Zalamea
Borda, llamada “Burundum-Burundá ha muerto”, que evidenciaba las tensiones
políticas de una determinada época en la historia de nuestro país, tintas en
contra del ex presidente Laureano Gómez, pero que se pueden aplicar a otros.
“Un tirano no teme que
mueran los ejecutores de la crueldad, le preocupa es de que vacilen sus
generales, aquellos que ordenan el incendio y la muerte, desde sus escritorios,
sin chamuscarse los cabellos ni recibir en el rostro, las salpicaduras de un
cráneo que estalla o de un vientre que se desgarra y vacía, por la acción de
los machetazos o las balas.
Al tirano le falta
saber que la paz será su condena y la justicia su muerte, pero ignora que los
propios criminales a su mando, serán sus propios verdugos,...“Cuando la
justicia intente dar la orden de cesar el exterminio”.
¡A quien ofende la
palabra “verdad”!
A los incapaces de
fervor, a los que carecen de imaginación, a los que jamás hablaron a sí mismos,
a los que pegan a las bestias y maltratan a los niños, a los que no tienen
caridad, a los imponentes, a los que no tienen nada que decir a un árbol a un
cántaro o a una abeja, a los que les fastidia el silbo de un pájaro, a los que
cuando levantan el rostro a la noche, no sienten sobre su piel el picotear de
la estrellas, a los que no escuchan las historias apasionadas que narran los
leños en una chimenea, a los que se taponan los oídos para no escuchar el grato
zumbido del viento, a los que no tienen Dios, ni amada, ni amigo, ni hijo, ni
siquiera una mascota que le pida con inundados ojos, la caricia de una palabra,
a esos tales, recluta el tirano para organizar sus fuerzas punitivas y sus
fechorías.
A los incapaces de
crear, les autorizó el exterminio; a los impotentes en la amorosa conquista,
les autorizó la violación; a los manchados de sangre, les permitió que
abozalaran a los limpios de corazón; a los fracasados les deparó la fría
venganza contra los cabales.
Para esas siniestras y
crueles tropas de asalto, se valió de jefes políticos, militares,
eclesiásticos, evangélicos y hasta intelectuales por contrato, para hurgar en
el viejo saco de las infamias y en la ancha alforja de las malicias.
El tirano sabe que bajo
los cráneos estrechos y en las empedernidas entrañas de los hombres sin
imaginación ni palabra, se conserva intacta la bestia que arde en cólera,
cuando se le enseña el camino de la sangre.
Reproducción del texto
original, por: Abelardo Giraldo López.
09/13/2020.