Texto de Abelardo Giraldo López.
“En la noche amo el silencio y
la soledad, es cuando tengo la excelsa oportunidad de congraciarme con el genio
y trasladarme a las celestiales esferas del conocimiento”.
León de Greiff, escritor y poeta
colombiano, decía que él era como los búhos, gran amigo de la noche.
Y no debemos olvidar que el búho
es símbolo de sabiduría y de la inteligencia, de las ansias del saber y de la
libertad.
Por estas sobradas razones hoy me
ocuparé de escribir y reflexionar sobre cuatro hombres grandes de la filosofía
a quienes he disfrutado leyéndolos en varias de mis placenteras noches.
Los temas abordados por estos
filósofos son de gran profundidad y tratan del conocimiento, la conciencia, las
religiones, nuestros orígenes, lo real y lo irracional, etc., fueron hombres
comprometidos con su tiempo, prolíficos y complejos.
De ellos aprendí que la verdad
subjetiva puede degenerar en un demente fanatismo, del que la historia ofrece
innumerables ejemplos.
Soren Kierkegaard, por ejemplo, expresaba, “No es lo más cuerdo admitir que el ser
humano es verdaderamente el mismo, hasta que se entrega desde su propia y
auténtica subjetividad a algo que es superior a sí mismo”.
Sócrates, por ejemplo, creía en
la inmortalidad del alma, por eso aceptó tomar la cicuta, después de un
veredicto injusto contra él y aguardó la muerte conversando tranquilamente con
sus discípulos, acerca de la inmortalidad.
Los epicúreos del período
helenístico decían, que era absurdo preocuparse por la muerte, porque cuando
nosotros estamos, ella no está y cuando ella está, nosotros no estamos.
La única verdad que acepta Kierkegaard
es la subjetiva y existencial, es decir lo que cada sujeto construye, acepta y
aplica en su vida concreta, se dirige, no a la razón “la instancia a la que
suelen dirigirse los filósofos”, sino a la subjetividad pasional, que es
más bien el territorio de los poetas.
Por eso Goya decía “Los sueños
de la razón producen monstruos”.
Kierkegaard falleció a la edad de 42 años (1813-1855).
Friedrich Hegel, nació el año de 1770, en el seno de una familia muy acomodada,
racionalista radical, influenciado por Descartes y Leibniz, y como muchos de
sus contemporáneos, se empieza a preocupar por la teología, comparando las
religiones de los griegos y los romanos, estableciendo, además, las diferencias
entre los poetas antiguos y los modernos.
Su obra famosa, “El espíritu
del mundo”, con la que, a pesar de tener en su cátedra de Berlín, acérrimos
críticos como Michael Foucault y Bertrand Russell, en Alemania lo llegaron a
considerar como “el filósofo del estado” y en Francia lo llamaban “el
faro de la filosofía”.
Hegel sostenía, que la constitución es el espíritu colectivo de la nación y
que el gobierno era el cuerpo de tal espíritu.
Cada nación tiene su gran
espíritu individual y el más grande de los crímenes, es el acto por el cual, el
tirano o el conquistador, apaga el gran espíritu de la nación.
Por eso se llegó a concluir en la
historia universal, que Hegel fue ante todo un pensador político.
Fue iconoclasta, poco cartesiano
y un gran ataráxico, de imperturbable serenidad y gran control a sus emociones,
igual que Leibniz, fue doctor en filosofía, doctor en derecho y ambos
fueron diplomáticos de estado.
El año 1793 Hegel impulsó
la república ideal concretizada en la constitución del año I aprobada por referéndum
que garantizaba los derechos de educación, trabajo y ayuda inmediata en caso de
indigencia, pero recibió amenazas interiores y exteriores, dada la coalición de
intereses conservadores por toda Europa. Hegel apostaba por la abolición del
embrutecimiento social.
El entusiasmo por la revolución,
de este pensador para acabar la monarquía era notorio, porque la toma de París,
de La Bastilla, la revolución y la caída de la monarquía despertaba gran
felicidad a la juventud de entonces.
Hegel se había impregnado del espíritu de los nuevos tiempos y consideraba la
revolución francesa como el paso más grande que hubiese dado la humanidad, era
feliz, porque la revolución francesa había tumbado los cimientos de la vieja
sociedad.
En 1798 consideró, reformar la
constitución alemana y lo consiguió después de haber trabajado en ella desde
1798 hasta 1802, reformando también en esa época, el concepto de Estado.
En conclusión, La revolución, la
declaración de los derechos del hombre y la ejecución de un soberano, daban lugar
a la creación de un estado de hombres libres, que Hegel ayudó a organizar.
Wilhelm Leibniz, fue filósofo, político y matemático, descubrió el cálculo
infinitesimal, lector insaciable de historia, poesía y literatura. Sacó partido
de su nutrida biblioteca paterna desde la edad de ocho años, poco inclinado a
los juegos de los niños, se la pasó buceando entre los libros y a los doce años
había aprendido el griego y hablaba perfectamente el latín.
Su admiración por los antiguos
contrastaba con el desdén que le fue naciendo por la teología y la filosofía
escolástica.
Aunque leía con pasión a Kepler,
Galileo y Descartes, empezó a criticar a Platón, Aristóteles, Arquímedes y a
otros maestros de la antigüedad.
Leibniz, no encontraba respuesta en sus maestros a muchas de sus inquietudes,
pues no sabía cómo ordenar las expresiones complejas, fue cuando le nació la
pasión por las matemáticas.
Abandonó Berlín y viajó a París
para estudiar matemáticas, luego regresó a Alemania a estudiar Filosofía hasta
conseguir su doctorado. Fue bautizado por varios de su época como un pensador
de la pluralidad, no como otros filósofos, pensadores únicos. Fue un gran
ecléctico.
En 1664 obtuvo el título de
Doctor en Filosofía en Berlín y después viajo a la ciudad universitaria de Aldorf,
a pocos kilómetros de Nuremberg donde se hizo doctor en derecho.
Leibniz, mantuvo un intenso intercambio epistolar con el filósofo Spinoza
hasta la muerte de este último, el año de 1677.
Sostenía que la teoría exige
convertirse en práctica, “Theoria Cum Praxi”, en efecto tenía plena
conciencia, que tanto los pensamientos vigorosos, vastos y elevados de los
antiguos, parecían cernirse sobre la realidad, como así mismo la vida humana en
su total desarrollo, se veía reflejada en una especie de cuadro complejo y
acertaban en difundir sentimientos muy distintos en los espíritus.
El profesor Tomasius de Leizip
Alemania, donde Leibniz se graduó, lo bautizó como la biblioteca
viviente de Europa porque impresionaba con, los vastos conocimientos que el
filósofo irradiaba.
Hacer intercambio del saber era
el legado de Leibniz y como desconfiaba de las argucias de los abogados
se hizo doctor en derecho.
A Baruch Spinoza, lo
llamaban el filósofo “ebrio de Dios” porque pronunciaba sin cesar su
sagrado nombre y en su obra cumbre “ética”, el filósofo que fuma pipa,
el que no puede evitar una sonrisa, cuando rezan en su presencia, el que dice
que en la naturaleza no hay bien ni mal, sino ética, el defensor de la
democracia, el que menosprecia al vulgo, este es, el filósofo de la
imperturbabilidad estoica, el que construyó un palacio de ideas que hacen
difícil su comprensión.
No obstante, para él, Dios no es
un ser antropomórfico que interviene en los asuntos humanos, su visión de Dios
es más abstracta y filosófica.
Es la substancia única e infinita
de la que todo lo demás existe y no podrá concebirse sin él.
Esta idea a menudo
malinterpretada no es ateísmo ni panteísmo simplista, “Dios es la esencia
de toda la realidad última, que sostiene el universo”. Es la fuerza
impersonal y eterna que sostiene todo lo que existe.
Su concepción de Dios rechaza
todos los conceptos tradicionales y ofrece una perspectiva, esta concepción es
opuesta a todos aquellos que consideran la idea de Dios, como una opinión
personal y antropomórfica, (1632-1677).
El concluía, que las religiones
podrán otorgar consuelo al hombre, pero se trata de un consuelo, que solo se
consigue a consta de la estupidez.
El sabio sabe, “Que quien ama a
Dios, no puede esforzarse en que Dios lo ame a él (Ética V), porque sabe que
Dios no siendo un sujeto dotado de entendimiento y voluntad, es algo
completamente extraño a nuestra necesidad de consuelo, creer otra cosa, podrá
ser halagador, pero es necio.
Ese Dios al que se ama,
intelectualmente, no puede amarnos. El amor a la naturaleza será siempre, para
quien sabe que ella nos ignora, se trata de un amor no correspondido.
Conocer a Dios entonces, no es
refugiarse en el regazo del premio por nuestro sacrificio, ni esperar que el
futuro traiga la cancelación de toda alienación, sino permanecer muy consciente
de sí y de las cosas.
Spinoza dice, Todos los que han examinado la naturaleza divina, niegan que Dios
sea corpóreo, lo cual prueba, partiendo de que por cuerpo entendemos toda
cantidad larga, ancha y profunda, limitada según cierta figura y nada más
absurdo que eso, puede decirse de Dios, de una entidad absolutamente infinita.
En la naturaleza no hay nada
contingente, sino que, en virtud de la naturaleza divina, todo está determinado
a existir y a obrar de cierta manera.
El entendimiento no es más que un
modo de pensar, diferente al deseo, al amor, concluía el filósofo.
Es por toda esta forma de pensar
de Spinoza, que Albert Einstein, fue un asiduo y obsecuente
seguidor de este gran filósofo.
Abelardo Giraldo López.
08/07/2024.