Manuelita Sáez, de singular belleza, apasionada por el libertador y su causa grancolombiana, rica de nacimiento, heredera de una gran fortuna, entre ellas una hacienda en Lima de nombre Huatapango y con dos esclavas color de ébano, que eran sus asistentes personales, casada con un Inglés, de nombre James Thurner, empresario de renombre, propietario de barcos, importador y exportador entre América y Europa.
Esta preciosa mujer abandonó todas sus grandes comodidades, dejando de lado su fortuna, para enlistarse en las filas del libertador.
Ella definía a Bolívar como un hombre aguerrido, a quién como único defecto que se le podía achacar, era que medía dos cuartas menos, de lo que en justicia a sus muchos méritos, debería haber medido.
Al parecer compensaba su pequeña estatura, con la fuerza de un toro, los reflejos de una mangosta, la resistencia de un caballo, la astucia de un zorro, la impasibilidad de un búho y la valentía de una docena de tigres.
Manuelita decía, que el libertador tenía muchos enemigos, que en Quito y Lima, eran los españoles y en Bogotá los criollos colombianos, su propia gente que dos años antes, compartían sus mismos ideales.
Bolívar había dejado a Manuelita en Quito, con la promesa de que volvería, pero las circunstancias en Santa fe de Bogotá no eran fáciles y fue ella quien tuvo que venir a buscarlo, después de muchos meses de cabalgar.
Al llegar Manuelita a la Casona , que se conoce hoy como LA QUINTA DE BOLIVAR, ella encontró al General, muy desmejorado en su salud y su cabello se le había tornado grisáceo, haciéndolo ver más viejo. Bolívar al abrazarla le dijo”’LOS COLOMBIANOS ABRIGAN EL SUEÑO MEDIOCRE, DE SER CIUDADANOS DE UN INSIGNIFICANTE PAIS, EN LUGAR DE SOÑAR CON UNA NACION PODEROSA”’.
El pesimismo de Bolívar se hacía muy manifiesto y dice la heroína, que al estar conversando con él, empezó a convulsionar y en medio de un ataque de tos, escupió sangre en su pañuelo y que se le veían signos inconfundibles de una tuberculosis avanzada, que los pómulos y las mejillas estaban tan hundidas, que le daban un aspecto casi de momia.
Ese hombre considerado el hombre más poderoso de los Andes y triunfante en varias campañas militares, ahora era sólo una abstracción, una idea, una incertidumbre y muy limitada cantidad de tiempo, le restaba por vivir.
Cuenta Manuelita que la belleza de la Casona , contrastaba con la enfermedad del General, los jardines estaban envueltos en una espesa oscuridad, había helechos y claveles multicolores alrededor, el jardín era como un bosque y cada centímetro de la casa albergaba vida vegetal, florecientes plantas salvajes crecían a su libre albedrío y desde las alturas de Monserrate, llegaban cristalinas aguas.
Allí reposaban tranquilidad enormes nogales, cedros, cipreses, robles, cerezos y pinos. Colibríes y aves de muchas especies, se alimentaban de arbustos de alcapurria, de camelias rojas, de fucsias y orquídeas, que crecían en forma silvestre, adornando las ramas de los árboles.
Llegó a la conclusión, de que la felicidad que había imaginado, durante todo el tiempo que esperó en Quito, antes de encontrarse con el General, se había convertido en una quimera.
Pero también consideraba que la tranquilidad de la Casona , proporcionaba un efecto relajante para los nervios del libertador.
Una vez, su familia y su ex esposo Señor Thurner, le escribieron a Manuelita reclamándole, su gran posición en la alta sociedad Quiteña y ella les replicó diciéndoles que no le importaba en lo más mínimo las convenciones sociales. Que estas habían sido creadas, para encontrar nuevas formas de tortura de los unos contra los otros.
A su ex, le escribió diciendo yo amo al Libertador y a su causa; Uds. los Ingleses, caminan lentamente, se saludan con mucha reverencia, se levantan y se sientan cautelosamente, bromean sin reírse y yo no soy de tantas formalidades ni prejuicios. Soy una mujer de carne y hueso, esa es mi realidad.
A partir de ese momento Mr. Thurner jamás le volvió a reclamar que regresara.
En carta que enviara a una de sus amigas, quien después fue esposa de José de San Martín, le hacía este conmovedor relato”’SANTAFE DE BOGOTA, ES UNA ENORME POBLACION DE DESEMPLEADOS Y SOLDADOS HERIDOS, ES MAS POBRE QUE LIMA, SU GENTE ES MAS SUCIA Y MALOLIENTE, SUS CALLES SON INFECTADAS DE RATAS Y PULGAS, EN LAS QUE TODO EL TIEMPO, SE APRETUJAN, LIMOSNEROS, LISIADOS Y CRIMINALES Y SUS CALLEJONES TIENEN HEDOR A ORINA Y EXCREMENTOS”’
“’LA GENTE EXHIBE INFELICIDAD EN SUS ROSTROS Y EN LAS CALLES SE RESPIRA UNA ADMÓSFERA VENENOSA Y DE GRAN PELIGRO’’.
Lo triste de esta historia, es que ésta gran mujer, terminó sus últimos años, en la indigencia y al borde de la locura, en un pueblo llamado Paita Perú.
Cordialmente,
Abelardo Giraldo.