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El carnaval de la muerte

En estos días en que la huesuda ha estado de plácemes , a la que los mexicanos le rindieron tributo el pasado primero de Noviembre y que incluso la llamaron “LA SANTA MUERTE”, pasó muy tranquila, llevándose con su guadaña a Kadafi, a Alfonso Cano, a Mr. jobs, a Joe Arroyo a la Nena Jiménez, al comediante Capulina y a tantos otros, etc., es por eso que he considerado hacerle un justo reconocimiento a su casa, la que nosotros llamamos Cementerio, que otros latinos llaman Panteón y que los católicos desde la antigüedad han denominado Camposanto.
Un sepulturero parisino y diseñador de epitafios de principios de este siglo decía que a estos sitios llegaban a diario, la futilidad de la vanidad, lo efímero del poder, la maldición de la ignorancia, la esclavitud de las supersticiones, la injusticia de la soberbia, la pobreza de las riquezas del mundo, la inmundicia de la idolatría, la astucia del hombre de las grandes ciudades, la simpleza del montañés, la generosidad del que no tiene nada para dar, la avaricia del rico insaciable, la codicia del ocioso, el abuso del poder, el engaño de los que sacan provecho por causa de la ignorancia de los otros, la magnanimidad, que da sin esperar nada a cambio, donde las vanas ambiciones se reducen a polvo, lo deleznable de lo jactancioso, etc.
Este metafísico tema de la muerte también ha sido muy bien tratado por un prestigioso novelista, dramaturgo y poeta cubano de nombre Matías Montes Huidobro, quien ha Ganado infinidad de premios literarios en Cuba, España, México, Colombia y Estados Unidos, con su obra “CONCIERTO PARA SORDOS”, y de la cual quiero transcribir un artículo para que lo disfrutemos un poco, se llama “EL OSARIO”.
Dice el autor: “No sé cuanto tiempo estuve encerrado en aquel nicho que llegó a resultarme acogedor, porque los muerto tenemos todo el tiempo por delante y uno tiene que acostumbrarse. Había perdido la esperanza de ser desarchivado o que algún burócrata decidiera sacarme de allí, aunque fuera en espirales de celuloide y si este era el infierno o el cielo, no era tan malo como había pensado, aunque era decididamente aburrido. En aquella oscuridad no podía tener noción tampoco de mi deterioro. Como no comía pensé que debía estar en los huesos. Tal cosa no demoró en comprobarse cuando el día menos pensado se abrió inesperadamente la pesada losa que cerraba mi catacumba y una luz enceguecedora cayó como un rayo sobre mis órbitas, donde antes estuvieron los ojos que ya no tenía, pero que por un acto reflejo me cegaba, al mismo tiempo llevé el carpo metacarpo y las falanges del cúbito y el radio de mi mano derecha a lo que antes fuera mi cara y ahora era mi calavera cayéndoseme a pedazos sobre mí porque la tróclea no funcionaba, como si estuviera herrumbrosa y necesitara aceite, desbaratándose toda mi estructura ósea.
La caja donde yacía estaba podrida y cuando me echaron en la carretilla que habría de llevarme al osario, conjuntamente con otros huesos que tenía debajo y otros muchos que me caían encima, estaba todo destornillado, sin que un hueso de mi esqueleto tuviera el debido engranaje con el otro y aunque hubiera querido mantenerlos todos juntos, cada cual tiró por su lado. No sabía exactamente donde estaba mi clavícula, mi fémur o mis costillas y mucho menos las vértebras cervicales, que estaban hechas añicos y habían sido trituradas por el garrote. Sin embargo no me sentía mal entre aquellos huesos que no conocía, que no eran míos, pero con los cuales me sentía identificado, como si hubiéramos compartido o compartiera con ellos un destino común.
En la carretilla que nos llevaron, hacia lo que parecía una loma que centelleaba bajo el sol, toda calcinada y que me di cuenta que era un inmenso osario, una fosa común, con huesos de la calavera al metatarso, donde todos íbamos a parar y donde había un letrero funerario que decía “Aquí yace el pueblo de Cuba”.No tuve tiempo de leer dos veces aquella dirección tan explícita porque aquel Caronte de carretilla, nos tiró en el osario con la más absoluta irreverencia.
La cosa quedó así hasta que fue oscureciendo y el cementerio se fue llenando de la paz de los sepulcros. Poco a poco pude sentir un ronronear que era algo así como un cosquilleo óseo, una intranquilidad del fémur, las clavículas, las costillas y los restantes huesos del esqueleto. Tal parecía que nos estábamos buscando ,que como un imán, una parte trataba de buscar la otra y al mismo movimiento pude notar que al rededor unas voces afónicas decían, “perdóneme”,”lo siento”, “creía que era mi omoplato”,”este cóccix me queda muy ajustado”, todo dicho de forma muy cortés. Se formó una algarabía mortal porque cada hueso quería buscar su acompañante para no quedarse solo y hallar la parte que le correspondía, pero como es natural, tratándose de un osario tan gigantesco, el Osario Nacional no era fácil y cada esqueleto estaba a expensas de equivocaciones. Aunque yo no sé donde fue a parar el astrágalo y de la cervical me quedaba bien poco, por lo cual se me caía un tanto la calavera, quede más o menos de apariencia aceptable y al borde de la media noche ya estaba en condiciones de darme un paseo por los panteones. Al irlo a ser, tuve la remota impresión que aquellos huesos no eran del todo míos, que a lo mejor el instinto se había equivocado, porque de fémur a fémur no hay mucha diferencia. Además cojeaba un poco. Siempre existía la posibilidad de que yo no fuera yo, de que fuera otro.
Tenía una presión sobre el esternón que me intranquilizó y me hizo temer que a lo mejor estaba vivo y podía morir víctima de un infarto. Todas las avenidas de la Ciudad de los Muertos, estaban llenas de esqueletos, digamos de gentes que iban y venían como si estuvieran en un paseo, en una cháchara que iba adquiriendo toques de algarabía, una gritería cubiche que iba en aumento y acabaría siendo una algarabía de los sordos. Como todos estábamos en los huesos, se hacía difícil reconocernos. Tenía la impresión que cada esqueleto era una persona diferente, como yo mismo me sentía. Pero al mismo tiempo todos éramos iguales. Un esqueleto siempre se parece a otro y las Calaveras a primera vista, siempre tienen el mismo aire de familia. Claro está que no es así y que los sepultureros, como afirmaba Shakespeare, distinguían una calavera de la otra.
Reunidos todos en la Ciudad de los Muertos salíamos de nuestros osarios para vivir dentro de una resurrección que era la continuación de la tortura. Aquel plan maquiavélico del monstruo que nos había engendrado, aquel Saturno voraz, hambriento, que jamás se saciaba, aquellas fauces descomunales, nos había metido en aquellos nichos de la muerte para asegurarse de nuestra desesperación. Mis temores no eran infundados porque pude notar que algunos esqueletos ponían zancadillas y más de uno daba un traspié y se deshuesaba y al salir los huesos de su lugar se esparcían a diestra y siniestra .Estos incidentes provocaban la risa y el escarnio. Los muertos arrastraban consigo las malas pulgas de la realidad. Acostumbrados por años a la vigilancia inquisitiva, aunque nadie tenía ojos, todos nos mirábamos de reojo, como si lleváramos el virus de una maldad congénita. No tenía la menor duda que tenían que pasar muchas generaciones de muertos, para que algún día llegara la reconciliación de los esqueletos. Las rencillas, los rencores y las envidias no desaparecían de la noche a la mañana, porque? Como reconciliar al verdugo con la víctima. Como era un recién llegado a la Ciudad de los Muertos, nadie me daba la mano a modo de bienvenida. Supongo que se recelaba de mí, porque mi esqueleto bien podía pertenecer a algún miembro de la seguridad del Estado, a un marxista-leninista intransigente o a un contrarrevolucionario rabioso.
Y que seguridad tenía yo de aquel esqueleto rumbero que pasaba por mi lado no fuera el del verdugo que me trituró la cervical y metió mi nuez de adán en el cascanueces?. Aquella sospecha era la sal de los muertos.”
Para terminar les cuento, que la fuente de inspiración de esta carnavalesca pesadilla del autor, fue la monumental Necrópolis de la Habana, llamado el Cementerio Colón.
Relator: Abelardo Giraldo coreguaje2@yahoo.com 11/09/11.