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El ermitaño


Un texto de Abelardo Giraldo


“Recordando una fábula contada por mi abuela”


Una antigua leyenda nos cuenta, que en un remoto lugar de la India, a varias millas distantes de un poblado, existía un denso y frondoso bosque,  cuyos inhóspitos senderos entre cipreses, cedros y nogales, conducían al interior de  una  milenaria cueva, de la que, muchos de los pobladores rumoraban, escalofriantes, terroríficas  y asombrosas historias.

El sitio lo  habitada  un  ermitaño hombre que había llegado allí, de ninguna parte, eran  muchos años, tenía bastantes  juventudes acumuladas en ese sitio y se había hecho viejo, pero a pesar de su avanzada edad, gran poseedor de la sabiduría del crepúsculo y resplandecía por su angelical y patriarcal figura.

Los escasos moradores que habían tenido la oportunidad de hablar con él, afirmaban que se trataba de un  misántropo,  que poseía  mucho conocimiento y   eminentemente sabio.

Un día cualquiera, el gobernante de una  aldea cercana, fue a buscarlo tras una larga y accidentada jornada del camino, para pedirle un consejo. La cueva quedaba al final de una empinada pendiente, muy difícil de escalar, pero existían  rústicas  escalinatas en piedra que conducían a su interior, se acercó lentamente,  se detuvo en el umbral, al fondo logró distinguir una sombra o silueta inmóvil, reflejándose en la pared,  por la luz de una antorcha.

Un silencio absoluto se sentía a su alrededor y una corriente de aire helado, le acariciaba el rostro, un olor a flores muertas emanaba de adentro, le pareció oír pasos ligeros, cuando una voz grave, pronunció  a su espalda, “Buenas noches, Señor”.

Después de una modesta y cordial bienvenida, el visitante le inició su relato, sin antes disculparse por interrumpirle su apacible tranquilidad y sosiego: Empezó, informándole que en sus años mozos, había tenido una crianza paralela con una hermosa niña de la misma  edad, vecina a su residencia en el campo  y,  desde entonces, ellos habían conservado una amistad sagrada y pura, razón por la cual, se confesaban mutuamente sus grandes e infantiles travesuras, secretos e intimidades. Esta situación lo había conducido a enamorarse perdidamente de ella, la cual le correspondía  ayudándole a resolver problemas y dificultades con gran comprensión, cariño e inteligencia. Profesaba además, una maravillosa y formidable inclinación por la lectura, situación que la convertía en una mujer tremendamente atractiva y la hacía ver diferente  a todas las jóvenes  de su época.

Luego vino para mí,  una segunda mujer, exuberante y lujuriosa, que  me absorbe con su encanto y  singular belleza. Satisface mis instintos y sacia mis apetitos, llevándome al éxtasis sin pedirme nada a cambio, excepto de  pasar ratos felices.

El deslumbrante atractivo y la apasionante forma como me prodiga cariño y amor, me producen gran satisfacción y placer,  pero mi corazón me advierte,  que al seguir con ella, correría el riesgo de perder a mi mejor amiga  como  mi compañera de siempre y de la que estoy plenamente  seguro,  que además  de su incondicional amistad,  me ama  profundamente.

Este es el motivo de mi visita honorable anciano, solicitar de usted un sabio consejo, porque una extraña preocupación me atormenta el alma y estoy casi convencido que con la segunda,  jamás encontraré la plenitud de mi felicidad.

El anciano inicialmente guardo silencio, lo miró  fijamente a los ojos, dando a entender que estaba dilucidando la situación que él le había comentado, luego le respondió así: “Me has planteado tu caso con tanta sensatez y a la vez con tanta insensatez, que me has dejado perplejo; a veces parece que estuvieras plenamente consciente de lo que haces y otras veces, das la impresión, de que te engañas a ti mismo”.

Mi respuesta no es acongojarte o hacer que te pongas triste,  pero veo en ti,  que tienes la suficiente entereza para elegir lo que es mejor, no obstante veo que la vida te ha jugado una mala pasada con una cruel ironía, es lo que te nubla el pensamiento y te genera confusión.

Mi consejo es, que no te dejes llevar demasiado por la hermosura, ésta no es para siempre, el buen aspecto se deteriora y luego vienen los años ocasionando tremendos estragos,  ante el postrer latido del destino.   Toda flor por más hermosa que hubiese sido, terminará marchitándose.

Acata dócilmente la hermosura pero no la hagas el centro de  tu atención y ten en cuenta,  que el corazón de la mujer fácil, no está para amar a un solo hombre, la mujer verdadera se comporta como tal, la dama que le hace el camino fácil al enamorado no es virtuosa, una mujer buena es recatada, seria, silenciosa y pura, ésta personita es la que puede llegar a ser una excelente esposa y una maravillosa madre. Las doncellas que se entregan completas y fácilmente al hombre, le evitan que practique la valentía que requiere el cortejo, hacen del hombre un cobarde que no lucha por el amor de su vida, carecen del espíritu de conquista, son débiles y enfermizos,  incapaces de  enfrentar las dificultades que les depara la vida.

Los hombres de antes,  no eran de vino y mujeres, pero si, duros para el surco y fieles al  amor de su juventud. “Ve y busca a aquella que no desaparece con el tiempo, en ella encontrarás la alegría y el gozo, que jamás hubieses imaginado, descubrirás que la lujuriosa belleza que tanto te cegaba, era insignificante, si la comparas con la mujer virtuosa, la cual es mucho más hermosa que cualquier otra,  porque solo está dispuesta a dar su gracia al hombre que tenga disponibilidad de dar su vida por merecerla

Un gran silencio cubrió el entorno, después de la brillante exposición de aquel gentil anciano.

Abelardo Giraldo.   05/14/2020.